1810 - 25 de Mayo - 2010 : Bicentenario de la Revolución de Mayo
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Tiempo Argentino / Zetavisión / Zeta Inter Press
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Ante la estrepitosa derrota electoral de Kirchner en las elecciones del 28 de junio, he leído dos posiciones sobre el famoso modelo. El oficialismo dice que hay que profundizarlo, por otro lado, hay varios economistas que fueron defensores del modelo y hoy critican al matrimonio diciendo que hay que volver al modelo original del que se desvió Néstor Kirchner. La pregunta es: ¿qué es el modelo? ¿En qué consiste el famoso modelo?
Desde mi punto de vista, para Kirchner y su esposa, el modelo es un instrumento económico que se subordinaba a tener la suficiente caja que les permitiera disciplinar a gobernadores e intendentes. Para eso necesitaba dos cosas: a) un tipo de cambio real alto que le permitiera incrementar la recaudación vía los derechos de exportación y b) matar con impuestos a la porción de la población que trabaja en blanco, marginando a amplios sectores de la población del mercado formal.
El tipo de cambio real alto exigía tener el suficiente superávit fiscal para comprar divisas y sostener el dólar en el nivel deseado por el gobierno. Ese superávit nunca existió por varias razones, pero, fundamentalmente, porque el disparatado incremento del gasto público hacía inviable financiar el tipo de cambio alto con recursos genuinos. Y ese disparatado aumento del gasto público tuvo que ver con el proyecto hegemónico del kirchnerismo.
Por lo tanto, el modelo se transformó en un creciente impuesto inflacionario para comprar dólares, inflación que intentó disimularse con subsidios (más gasto público), aprietes de Moreno (desincentivando la inversión) y dibujando los índices de precios (escondiendo la pobreza, la indigencia y defaulteando parte de la deuda pública ajustada por el CER), además de otras calamidades.
¿Qué significaría, entonces, profundizar el modelo según el matrimonio? ¿Establecer más controles de precios? ¿Estatizar el comercio exterior? ¿Seguir emitiendo para generar inflación y esconderla detrás de índices falsos? ¿Otorgar más subsidios para no aumentar las tarifas de los servicios públicos haciendo más infinanciable el gasto? ¿Confiscar más ahorros como los de las AFJP? ¿Anunciar planes de créditos para inquilinos que nunca se concretaron? ¿Anunciar planes para la compra de autos, camiones, bicicletas y calefones que no movieron el amperímetro? ¿Arremeter contra el campo hasta destruirlo, al igual que lo que se hizo con el sistema energético y avanzar sobre otros sectores productivos? Si la profundización del modelo es todo esto más otras barbaridades económicas y ausencia de respeto por los derechos de propiedad, la economía argentina se deslizaría hacia una desinversión más profunda. Y como el salario real depende de la tasa de inversión, la profundización del modelo solo generaría más pobreza, inflación y fuga de capitales. Profundizar el modelo kirchnerista es llevar al país a un caos social y niveles impensados de pobreza e indigencia. Aún superiores a los que hasta ahora consiguió el modelo.
La realidad es que el modelo de Kirchner que supuestamente quiere profundizar, tiene dos graves problemas. En primer lugar es intrínsecamente inconsistente porque exige de niveles de gasto público cada vez más altos que son infinanciables para sostener su proyecto de poder. Por lo tanto, requiere de emisión monetaria que se come el tipo de cambio real, matando el modelo en su parte del eufemismo de tipo de cambio competitivo. En definitiva, el famoso modelo se basa en salarios bajos.
El segundo problema es que, para aplicarlo, Kirchner necesita adoptar medidas arbitrarias que producen incertidumbre e inseguridad jurídica, espantando la inversión. El famoso modelo es la anti inversión por definición y la anti producción por definición. En resumen, es anti prosperidad.
Veamos ahora a los economistas que impulsaron este modelo y rápidamente pretenden despegarse del fracaso argumentando que fue Kirchner el que se desvió del modelo original. ¿Qué los diferenciaría de Kirchner? Este grupo de economistas quiere un dólar caro, pero saben que necesitan un superávit fiscal alto para comprar con recursos genuinos las divisas necesarias que sostengan el tipo de cambio por encima del nivel de mercado. Aceptando que estos economistas no tienen aspiraciones hegemónicas como Kirchner, la pregunta es: aún sin esa desmedida ambición de poder de Kirchner, ¿es viable el modelo del dólar caro?
La respuesta es muy amplia, pero voy a tratar de resumirla. Por definición un modelo de dólar caro va a tener superávit de comercio exterior, por lo tanto, el superávit fiscal tiene que ser, por lo menos, equivalente al superávit de balance comercial para disponer de recursos genuinos que sostengan el tipo de cambio sin necesidad de aplicar el impuesto inflacionario.
De por sí, el modelo requiere de un fabuloso esfuerzo fiscal, con un gasto público muy controlado y una presión impositiva elevada. Pero, además, si ingresaran capitales, el esfuerzo fiscal debería ser mayor, porque todo ingreso de capitales, que incentivara las inversiones, haría bajar el tipo de cambio. Para ello el gobierno tendría que neutralizar esa tendencia a la baja con más superávit fiscal, o sea, menos gasto, más impuestos o una combinación de ambos. El ingreso de capitales conspira contra el modelo. La fuga de capitales ayuda al modelo. Una burrada económica monumental.
Al mismo tiempo, un dólar caro cierra la economía a la competencia externa porque hace caro los productos importados, desincentivando la inversión y los aumentos de productividad. Es un modelo que, aún cerrando por el lado fiscal para sostener el dólar competitivo, es claramente anti competitivo.
Ante la falta de inversiones, la productividad es baja, esto quiere decir que los costos fijos por unidad producida son más elevados que en una economía abierta con inversiones. No es lo mismo repartir los costos fijos entre 1000 unidades producidas que entre 10.000. En consecuencia, el modelo, aún sin proyecto hegemónico, no atrae inversiones en escala, no crea abundantes puestos de trabajo, no mejora los ingresos reales y no asegura un crecimiento sostenido en el tiempo.
Por el contrario, es claramente un modelo regresivo en términos de distribución del ingreso porque el dólar caro requiere de impuestos altos para financiar un dólar caro. Y esos impuestos altos los terminan pagando los sectores asalariados en forma directa o indirecta. ¿Cómo? Si se financia con el IVA lo pagan directamente los asalariados, si se financia con el impuesto a las ganancias, las inversiones se van a otro país impositivamente más atractivo, baja la productividad de la economía y afecta el salario real. Siempre, en el modelo del dólar caro el que paga los costos del modelo es el sector de ingresos fijos.
Por otro lado, el escaso ingreso de capitales que genera un modelo de dólar caro hace que el ahorro sea bajo y la tasa de interés alta. El resultado es que el modelo se basa, nuevamente, en salarios bajos. Por ejemplo, para los defensores del modelo de dólar caro es preferible tener legiones de personas tejiendo a mano que maquinarias de última generación que hagan las telas. La idea de ellos es tener insumo mano de obra barato y costo de capital caro. En castellano básico es un modelo de muy baja productividad, la contracara del ingreso real de la población.
Es evidente que el kirchnerismo está agotado en su modelo político y económico. Es cierto que Kirchner le agregó al modelo medidas tan insensatas que el problema ya no es solamente el modelo, sino su capacidad para destruir la economía y, sobre todo, la seguridad jurídica que es la madre del crecimiento económico. Pero, atención, no es cuestión de reemplazar los delirios hegemónicos de Kirchner por un gobernante bueno pero con una política económica inconsistente como pregonan algunos economistas que ahora tratan de salvar su honor profesional diciendo que hay que volver al modelo original. Que fue Kirchner el que se desvió.
Lo que ha fracasado acá es el modelo original. Kirchner se encargó, solamente, de pulverizarlo más rápidamente y dejar tierra arrasada.
Por favor, no caigamos en el delirio de empezar a buscar un Kirchner sensato que lleve a cabo un modelo inconsistente porque el día que se vaya el matrimonio, a poco de andar, nos vamos a pegar otro porrazo. © www.economiaparatodos.com.ar
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Néstor Kirchner ataca al liberalismo porque sabe que ese sistema le impediría manejar a su antojo los bienes públicos y avasallar las instituciones. |
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¿Qué podemos esperar que ocurra luego de las elecciones? En rigor son muchos los escenarios políticos posibles que podemos tener luego de las elecciones y, por lo tanto, diferentes los escenarios económicos. No es lo mismo el escenario en que si pierde la mayoría el oficialismo se cumpla la promesa del piquetero Pérsico y los Kirchner se vayan, a que intenten mantenerse en el poder como sea o que traten de ignorar el resultado de las elecciones. Pero sí hay un dato cierto. No observo en la dirigencia política actual, en todo su arco y aclarando que siempre existen excepciones, una profundo vocación por instrumentar las reformas de fondo en la economía. A saber: a) bajar el gasto público y hacerlo eficiente, b) establecer un sistema tributario que en vez de espantar atraiga las inversiones, c) adoptar reglas de juego en que la redistribución del ingreso se produzca por el mérito de cada uno para satisfacer las necesidades de la gente, d) un régimen de coparticipación federal por el cual los municipios coparticipen a las provincias y estas a la nación y una serie de medidas adicionales que permitan establecer reglas de juego competitivas.
Obviamente que no es lo mismo tener a un desaforado en poder totalmente imprevisible en sus comportamientos cuál Nerón, capaz de incendiar Roma con tal de zafar de las responsabilidades que le caben, que a alguien equivocado en sus políticas pero con nociones de ciertos límites en el poder que ejerce. En el primer caso no hay dialogo posible porque la locura impide cualquier razonamiento. En el segundo, si hay error pero no hay locura, es posible corregir el rumbo porque se puede dialogar, convencer, intercambiar ideas, comparar resultados, entre otras.
Mi impresión es que una vez que finalice la era de los dislates kirchneristas, va a haber mucho para discutir en materia de política económica. Es que, como señalaba antes, no observo en el conjunto de la dirigencia política una profunda vocación por los cambios estructurales que necesita la economía para evitar estas reiteradas crisis de devaluaciones, confiscaciones y ajustes por el lado del salario real.
Dicho en otras palabras, sabemos que luego del 28 de junio, como la situación fiscal es insostenible, el ajuste que se hará, particularmente Kirchner, consistirá en reducir el gasto público en términos reales vía una devaluación y un salto inflacionario. Hoy más del 50% del gasto público de la Nación son salarios y jubilaciones, los cuales, medidos en dólares, han aumentado hasta niveles que, incluso, superan a los que regían en la convertibilidad. Ahora bien, ante la ausencia de una profunda vocación por reducir en serio el gasto público en sus niveles nominales, lo que aparece como inevitable es que se lo termine reduciendo vía una licuación. Léase devaluación y salto inflacionario.
La referencia más cercana que tenemos en el tiempo es lo que pasó en el 2001. Primero López Murphy quiso aplicar una reducción nominal de gastos ineficientes del orden de los U$S 2.000 millones. Los progresistas le saltaron a la yugular acusándolo de querer hacer el ajuste por el lado de la educación, de insensible y mil cosas más. López Murphy se fue, Cavallo intentó zafar de la baja del gasto hasta que no pudo aguantar más la situación fiscal y primero anunció el déficit cero y luego hizo recortes nominales del gasto. Lamentablemente ya era tarde y la fuga de capitales por la desconfianza derivó primero en el corralito y luego vino el cambio de gobierno con el default y la devaluación. El ajuste terminó siendo 4 veces mayor que el que había propuesto López Murphy con costos altísimos en términos de transferencias de ingresos y de patrimonios.
Néstor Kirchner nos ha puesto un rumbo de colisión que ya es imposible de evitar. La crisis económica que recién comienza terminará en otra más profunda porque si no se produce una reforma del Estado para equilibrar las cuentas y en recrear la confianza para que vuelvan las inversiones, este nivel de gasto público será infinanciable y, por lo tanto, el ajuste se hará, nuevamente, a lo guarango. Es decir, devaluando para generar un salto inflacionario que contraiga en términos reales el gasto público en su componente salarios y jubilaciones. Claro que hacer semejante cosa en este contexto recesivo implica asumir una brutal caída de la actividad, porque no nos engañemos, en el 2002 no fue la devaluación lo que salvó a la Argentina, sino el aumento de los precios de los commodities que se produjo posteriormente. Hoy, una devaluación no solo contraería más el consumo, sino que, en este contexto de falta de previsibilidad en las reglas de juego, impedirían compensar la caída del consumo interno con más inversiones y exportaciones. El caos social que puede producir semejante decisión puede llegar a ser memorable.
Es por eso que mi sugerencia es que no solo basta con evitar la locura en el poder. Si no queremos caer recurrentemente en nuevas crisis, tenemos que decidirnos a encarar el más largo pero eficiente camino hacia la prosperidad. Esto significa crear condiciones para que la economía sea competitiva (reducción del gasto del Estado, sistema tributario pagable, incorporación al comercio mundial, respeto por los derechos de propiedad, etc.) de manera que sea el mayor stock de capital el que produzca abundancia de bienes. Las mayores inversiones más puestos de trabajo y, de la combinación de ambas variables, un incremento sólido del ingreso real de la población.
Kirchner, al igual que muchos de sus antecesores pero en forma más acentuadamente, nunca quiso hacer reformas estructurales. Solo buscó confiscar riqueza (flujos y stocks) para financiar un gasto público creciente. Para él, como para muchos políticos argentinos, bajar el gasto público es reaccionario y de derecha. Los progres consideran una herejía bajar el gasto público. Por eso, cada vez que intenta esquivar la moto, chocamos contra el camión. Esto es, de tanto evitar hacer reformas estructurales, respectar la propiedad privada, no esquilmar a los contribuyentes e incorporarnos en el mundo, terminamos chocando con crisis monumentales que tienen un costo elevadísimo para la sociedad. No es casualidad que Argentina viva en una continúa decadencia, porque persistimos en agradable sonido de frases vacías como redistribución del ingreso, justicia social, defensa de la producción nacional y un sinfín de infantilismos que lo único que generan son políticas regresivas que siempre terminan perjudicando a los sectores de menores ingresos, espantando más inversiones y creando más desocupación y miseria. El discurso progresista al único progresismo que nos ha llevado es al progreso hacia la decadencia.
Kirchner ha aplicado todas estas frases vacías con sus correspondientes políticas inconsistentes hasta su máxima expresión y cuando vio que la cosa no funcionaba y estaba por chocar contra la moto, no terminó estrellando contra el camión.
Tiempo Argentino / Zetavisión / Z Inter Press
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